lunes, 30 de mayo de 2011

El tren se acerca Parte 6 - final

En el comienzo del invierno de 1980 Anabela conoció a un hombre de 28 años llamado Esteban, trabajaba en la carpintería que había a un par de cuadras. Era muy simpático y trabajador, se conocieron después de que una de sus hermanas menores, Marta, comenzara a trabajar en la tienda de ropa de las primas. La muchacha tenía 25 y era tan simpática como su hermano una vez que lograba vencer su timidez.
Dos años después Anabela y Esteban se casaron.                                               
Por aquella época Carlota había comenzado un romance por correspondencia con un joven que había viajado a San Luis para trabajar y ahorrar dinero para el futuro. Otra de las formas de pasar el tiempo de ocio de la joven era leyendo revistas sensacionalistas que compraba cada semana.
Poco tiempo después del feliz enlace la pareja esperaba a su primer hijo que nacería casi al final del invierno de 1983.
En los momentos de descanso que tenía en la carpintería, Esteban, aprovechaba para hacer una cuna, por tal motivo su jefe siempre podía encontrarlo que de una mano con algo a lo cual él siempre accedía para ganar algún peso extra. Era primero de mayo y hacia calor a causa de una densa humedad que se había instalado desde hacia una semana. Tres muchachos que habían estado esperando un camión que les traería un pedido de madera decidieron tomar unas cervezas, para cuando llego el vehículo estaban considerablemente borrachos. Ante dicha situación el chofer y sus dos ayudantes pidieron la asistencia de Esteban.
No era fácil descargar aquellos tablones del ancho y largo de un hombre adulto. Cuando comenzaron a bajar el primer tablón Esteban estaba directamente debajo del mismo controlando y dirigiendo a los otros. Todo ocurrió en cuestión de segundos.
Durante el velorio del joven esposo y futuro padre el cajón permaneció cerrado, el único consuelo de la joven viuda era que la policía había logrado atrapar a los culpables, que a pesar de no haberlo echo a propósito habían sido los responsables de aquella desgracia. Lo lamentaban pero eso no corregía el echo de que habían atado mal el tablón que aplasto la cabeza del difunto como si hubiera sido una sandia.
La numerosa familia de su difunto marido la mantuvo rodeada durante todo el velorio cuidándola con especial esmero ya que le quedaba poco tiempo para que tuviera a su bebé. Desde ese momento en adelante jamás dejarían de estar a su lado. Mucho tiempo después ella se daría cuenta de que su mayor a pollo había sido el primo de Esteban, Diego, un muchacho sumamente emprendedor de 20 años.
Carlota permaneció al lado de su querida prima durante todo el velorio y el entierro con el rostro inexpresivo y cuando por fin Anabela dejo de llorar la miro fijamente y le dijo que todo estaría bien.
María nació el  15 de agosto, tenía ojos café oscuro, piel muy clara y tres pelos negros en la cabeza. No era un bebé muy bonito pero trajo una gran felicidad al seno de una familia que la necesitaba.

sábado, 16 de abril de 2011

El tren se acerca Parte 5

Era el otoño de 1978 Carlota se había en gripado, se quedo en su casa durante una semana en la que de vez en cuando solo iba su prima a verla pero cuando llego el fin de semana también Anabela callo en cama enferma. El domingo Doña Alcira y Don Enrique decidieron que debían ir a ver como se encontraba su sobrina. Estuvieron una hora con la joven que mostraba signos de mejoría, lamentablemente hacia el final de su visita cuando se estaban yendo se encontraron con Doña Leoncia.
Estaban llegando al portón cuando se quedaron clavados al suelo al ver que del lado de la calle se encontraba esa mujer amargada a punto de entrar.
El primero en reaccionar fue Don Enrique, tomo a su esposa del brazo, la guio hasta el portón, aparto a su cuñada y salieron a la calle encaminándose a la estación.
La segunda que reaccionó, uno minuto después, fue Doña Leoncia que camino lo mas rápido que pudo para alcanzarlos. Cuando estuvo a una distancia conveniente comenzó a insultarlos con la fuerza que le dio el rencor acumulado durante años.
En la estación toda la gente se alarmo ante la sorpresa que provocó los gritos de una mujer completamente desquiciada que insultaba a una pareja que la ignoraba, tal es así, que un guarda de la estación llamo a un policía para acercarse e intentar controlar el problema.
La barrera y la campana que anunciaban la llegada de un tren comenzaron a funcionar ante su inminente llegada.
En el momento en que los dos hombres estaban a dos pasos del problema vieron con impotencia como aquella loca comenzaba a forcejear con la otra mujer y como el hombre intentaba separarlas.
El tren estaba a pocos metros de la estación y apresar de que había disminuido su velocidad para detenerse en la estación iba lo suficientemente rápido como para dejar los restos de tres personas esparcidos varios metros a la redonda.
Al velorio, que se llevo a cabo en San Isidro, asistieron todos los amigos de Anabela y Carlota, unos pocos vecinos de la pareja y ni un conocido de la difunta doña Leoncia.
Anabela lloro amargamente la estupidez de su tía, Carlota por otro lado no demostró sentir nada, simplemente se quedo sentada en una silla con la mirada perdida mientras que la gente se acercaba a ella y a su prima para darles su sentido pésame.
Cuando ya se habían marchado todos de la casa velatoria y las dos primas se habían quedado solas en compañía de los empleados, Anabela dejo de llorar, miro a su prima y le pregunto si deseaba ir a vivir con ella. Carlota la miro con una verdadera sonrisa de felicidad y alivio y dijo que no.
Un año antes de fallecer Doña Alcira había echo un testamento, no tenia ningún motivo en particular, solo lo hizo. En dicho documento dejo bien establecido que todas sus pertenencias y propiedades se las dejaba a su única hija, salvo la tienda que no solo la heredaría su primogénita sino también la única hija de su hermana Leoncia. 

miércoles, 12 de enero de 2011

Mar

Los dioses del mar se habían tragado la tierra en su ira contra la humanidad cuya estupidez había dañado al mundo.
Las nubes lloraron durante mucho tiempo, tanto que muchos se olvidaron como era el sol. Sin embargo algunas tierras, la mayoría salvajes, no fueron tocadas por el agua.
Las viejas costumbres místicas volvieron y el último vestigio de modernidad creada por los hombres quedo en pie como gigantes de acero y cristal durmiendo un sueño eterno. En esa nueva era los edificios fueron utilizados por los pocos que sobrevivieron como hogares, con austeridad ya que los inmortales del cielo decidieron volver a los caminantes de la tierra a un estado de civilización más humilde; sin electricidad, sin gas, cazando para alimentarse o mejor dicho pescando y ofreciendo sacrificios para que no volviera a llover.
Toda la vegetación se adapto al nuevo ambiente por que la madre naturaleza es sabia y muchos animales se marcharon para nunca más ser vistos por los ojos del ser humano.
En esa época algunos hombres y mujeres tomaron la responsabilidad de servir a los dioses.
Mi abuelo era delgado y bajito, su piel era oscura por que pasaba mucho tiempo al aire libre pescando, recolectando madera o frutos de los arboles que vivían en el agua, reparando redes o buceando en las aguas menos profundas en busca de tierra y arena para el cultivo de las pocas plantas que teníamos bajo nuestro cuidado. El poco pelo que le quedaba al viejo era completamente blanco y tenia un tatuaje que le había echo un maestro artesano de la vieja era. Lo recuerdo muy bien por que muchas veces me quede mirándolo hipnotizada.
En la espalda tenia un tigre que se encontraba parado sobre sus cuatro patas en medio de unas cañas de bambú, su mirada penetraba hasta en la mas dura de las mentes, sobre su hombro y brazo izquierdo había un pez koi saltando en una corriente de aguas bravas que hacia sobresaltarse con brío al mas tímido corazón y, finalmente, sobre su pecho descansaba un dragón imponente volando entre ráfagas de viento liberando los sentimientos mas profundos de quien lo mirase. Los tres animales eran de color blanco y cada uno de ellos tenía en el hocico un trozo de cuerda bien trenzada de color rojo brillante.
Mi abuelo como sacerdote de nuestra región, solía dar misa parado en una duna que estaba poco sumergida en el agua que marcaba el limite entre lo que una vez fue una playa y la ciudad. Nuestra comunidad era devota de un dios Manta Raya.
La última vez que el anciano llevo a cabo una ceremonia también fue la última vez que lo vi. Fue por culpa de unos jóvenes que ofendieron al dios, lamentablemente nadie lo supo hasta que fue tarde.
Era un día soleado la gente miraba al querido sacerdote, quien estaba vestido con un pantalón holgado sostenido por un trozo de tela ambos de color azul, estaba recitando sus mantras, en su mano izquierda tenia un abanico dorado; de tamaño suficiente como para cubrirle la cara, estaba echo de una sola lamina de madera de forma rectangular, sus esquinas estaban redondeadas de forma que no lastimara a nadie ni siquiera por accidente al ser utilizado, la superficie estaba tallada para representar con mucho detalle una tempestad en mar abierto.
En su mano derecha, el anciano, tenia un pequeño paquetito con flores y hiervas la envoltura era de hojas grandes provenientes de los arboles al otro lado de los edificios.
El mar estaba en completa calma, cuando el silencio fue total apareció una pequeña manta raya que nado a pocos centímetros de mi abuelo. Dio unas vueltas rápidas, impaciente, luego se alejo dando unos coletazos furiosos.
El agua comenzó a agitarse a unos metros delante de él durante un tiempo que pareció eterno pero al cabo del cual surgió el dios de nuestra región en todo su esplendor pero visiblemente furioso, parado sobre la superficie del agua como si esta fuese solida. Parecía ser un hombre joven de piel blanca y musculoso sin un solo cabello en su cuerpo, solo llevaba puesto un pantalón tan holgado que parecía una pollera muy larga que le tapaba los pies sostenido en su cintura por una faja ambos de color turquesa, en su mano derecha tenia un tridente de oro y en la izquierda un rosario budista echo de perlas y coral. La expresión de su rostro congelaría al mas valiente de sus oponentes sin embargo era la frialdad de sus ojos negros como el mas profundo abismo marino lo que realmente provocaba terror.  Levanto el tridente unos centímetros para luego dejarlo caer con fuerza, cuando la superficie del agua fue tocada por el arma del dios nacieron ondas que desaparecieron en la distancia invocando un poderoso viento y nubes negras que cubrieron por completo el cielo. El viejo se dio vuelta para mirarnos a todos, sonrió cuando nuestras miradas se cruzaron, volvió a ponerse de frente al dios inclino la cabeza y  extendió los brazos a los costados entregándose a cambio de toda la comunidad.
Lo llore durante mucho tiempo hasta que una mañana amanecí con los ojos secos mirando el viejo abanico de mi querido abuelo, esa mañana también yo había cambiado, mi madre me dijo que en mi espalda había aparecido tatuado un tigre, un pez koi y un dragón rodeando a un anciano que meditaba con los ojos cerrados y con una sonrisa en los labios.