miércoles, 12 de enero de 2011

Mar

Los dioses del mar se habían tragado la tierra en su ira contra la humanidad cuya estupidez había dañado al mundo.
Las nubes lloraron durante mucho tiempo, tanto que muchos se olvidaron como era el sol. Sin embargo algunas tierras, la mayoría salvajes, no fueron tocadas por el agua.
Las viejas costumbres místicas volvieron y el último vestigio de modernidad creada por los hombres quedo en pie como gigantes de acero y cristal durmiendo un sueño eterno. En esa nueva era los edificios fueron utilizados por los pocos que sobrevivieron como hogares, con austeridad ya que los inmortales del cielo decidieron volver a los caminantes de la tierra a un estado de civilización más humilde; sin electricidad, sin gas, cazando para alimentarse o mejor dicho pescando y ofreciendo sacrificios para que no volviera a llover.
Toda la vegetación se adapto al nuevo ambiente por que la madre naturaleza es sabia y muchos animales se marcharon para nunca más ser vistos por los ojos del ser humano.
En esa época algunos hombres y mujeres tomaron la responsabilidad de servir a los dioses.
Mi abuelo era delgado y bajito, su piel era oscura por que pasaba mucho tiempo al aire libre pescando, recolectando madera o frutos de los arboles que vivían en el agua, reparando redes o buceando en las aguas menos profundas en busca de tierra y arena para el cultivo de las pocas plantas que teníamos bajo nuestro cuidado. El poco pelo que le quedaba al viejo era completamente blanco y tenia un tatuaje que le había echo un maestro artesano de la vieja era. Lo recuerdo muy bien por que muchas veces me quede mirándolo hipnotizada.
En la espalda tenia un tigre que se encontraba parado sobre sus cuatro patas en medio de unas cañas de bambú, su mirada penetraba hasta en la mas dura de las mentes, sobre su hombro y brazo izquierdo había un pez koi saltando en una corriente de aguas bravas que hacia sobresaltarse con brío al mas tímido corazón y, finalmente, sobre su pecho descansaba un dragón imponente volando entre ráfagas de viento liberando los sentimientos mas profundos de quien lo mirase. Los tres animales eran de color blanco y cada uno de ellos tenía en el hocico un trozo de cuerda bien trenzada de color rojo brillante.
Mi abuelo como sacerdote de nuestra región, solía dar misa parado en una duna que estaba poco sumergida en el agua que marcaba el limite entre lo que una vez fue una playa y la ciudad. Nuestra comunidad era devota de un dios Manta Raya.
La última vez que el anciano llevo a cabo una ceremonia también fue la última vez que lo vi. Fue por culpa de unos jóvenes que ofendieron al dios, lamentablemente nadie lo supo hasta que fue tarde.
Era un día soleado la gente miraba al querido sacerdote, quien estaba vestido con un pantalón holgado sostenido por un trozo de tela ambos de color azul, estaba recitando sus mantras, en su mano izquierda tenia un abanico dorado; de tamaño suficiente como para cubrirle la cara, estaba echo de una sola lamina de madera de forma rectangular, sus esquinas estaban redondeadas de forma que no lastimara a nadie ni siquiera por accidente al ser utilizado, la superficie estaba tallada para representar con mucho detalle una tempestad en mar abierto.
En su mano derecha, el anciano, tenia un pequeño paquetito con flores y hiervas la envoltura era de hojas grandes provenientes de los arboles al otro lado de los edificios.
El mar estaba en completa calma, cuando el silencio fue total apareció una pequeña manta raya que nado a pocos centímetros de mi abuelo. Dio unas vueltas rápidas, impaciente, luego se alejo dando unos coletazos furiosos.
El agua comenzó a agitarse a unos metros delante de él durante un tiempo que pareció eterno pero al cabo del cual surgió el dios de nuestra región en todo su esplendor pero visiblemente furioso, parado sobre la superficie del agua como si esta fuese solida. Parecía ser un hombre joven de piel blanca y musculoso sin un solo cabello en su cuerpo, solo llevaba puesto un pantalón tan holgado que parecía una pollera muy larga que le tapaba los pies sostenido en su cintura por una faja ambos de color turquesa, en su mano derecha tenia un tridente de oro y en la izquierda un rosario budista echo de perlas y coral. La expresión de su rostro congelaría al mas valiente de sus oponentes sin embargo era la frialdad de sus ojos negros como el mas profundo abismo marino lo que realmente provocaba terror.  Levanto el tridente unos centímetros para luego dejarlo caer con fuerza, cuando la superficie del agua fue tocada por el arma del dios nacieron ondas que desaparecieron en la distancia invocando un poderoso viento y nubes negras que cubrieron por completo el cielo. El viejo se dio vuelta para mirarnos a todos, sonrió cuando nuestras miradas se cruzaron, volvió a ponerse de frente al dios inclino la cabeza y  extendió los brazos a los costados entregándose a cambio de toda la comunidad.
Lo llore durante mucho tiempo hasta que una mañana amanecí con los ojos secos mirando el viejo abanico de mi querido abuelo, esa mañana también yo había cambiado, mi madre me dijo que en mi espalda había aparecido tatuado un tigre, un pez koi y un dragón rodeando a un anciano que meditaba con los ojos cerrados y con una sonrisa en los labios.  

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